¿Qué se siente cuando paseas por un
museo solitario? ¿Qué es tuyo? Puede ser, ahora te pertenece,
cógelo, guárdalo para ti, sus historias escondidas o mostradas en
sus expositores te pertenecen ¿cuándo más sino? Ahora puedes
tocar, pasar tus manos por sus posos de polvo y años acumulados. Es
tan grande lo que alberga que no puedes con todo, quieres extraer
hasta lo más mínimo pero se te escapa por su poderío. Todo no
puede ser para mí. Seleccionaré lo que nunca olvidaré. Eso es.
Pero, ¿cómo lo haré? Esperaré a que me llame la atención, que se
me adhiera como si tal cosa, como algo que nunca jamás podrá
soltarse. Solo así será válido, sólo así permanecerá en mí,
sí, eso es lo que me quiero llevar.
Admiro cada artículo, paseo mi mano
por su estructura, observo su forma, intento comprender su razón de
ser, su manera de funcionar, de ser útil. Qué parados están, la
poca movilidad les hace ser ahora inútiles, lo que en su día fue
indispensable, querido, custodiado, ahora el abandono los convierte
en objetos de nostalgia, de descubrimiento, de museo.
Esperaré a la luz del día, les da un
color especial, más suyo, no fueron creados para resplandecer en luz
artificial, ellos, que iluminaban solo con estar y ser, que eran
objeto de devoción y de necesidad. Podían cambiar la vida de quien
los poseía o eran de otras vidas heredados por los años una y otra
vez, hasta ahora, dormidos en un museo.
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